En los
países hispanoamericanos, el desarrollo de una narrativa propia fue más lento
que el de la poesía, y de hecho hasta los años 40 aproximadamente no se produjo
una renovación importante. Se suelen distinguir tres etapas principales:
1. Hasta los
años 40 la literatura hispanoamericana se alimentó del realismo europeo al que añadió un toque
regionalista como podemos apreciar en la novela Doña Bárbara (1929), de
Rómulo Gallegos (venezolano): novela de la selva de Venezuela. O Don Segundo
Sombra (1926), de Ricardo Güiraldes, novela dela Pampa y del gaucho.
Asimismo se desarrolló la Novela indigenista, que denuncia la
explotación del indio por parte de los blancos, e implica también una búsqueda
y valoración de lo autóctono. Destacan, entre otros, Jorge Icaza y El mundo es ancho y ajeno (1941), del
peruano Ciro Alegría así como algunas Novelas políticas, especialmente
la centrada en la revolución mexicana y el fracaso de sus ideales, como Los
de abajo (1916) de Mariano Azuela.
2.
Desde los años 40 a los 60:
El realismo
mágico. Esta
corriente aparece a lo largo de los años 40, y se la llama también de “lo real
maravilloso”. Parte de la peculiar realidad hispanoamericana, con una
naturaleza de proporciones desmesuradas, todavía no dominada por el
racionalismo occidental. Se caracteriza por combinar el realismo con elementos
fantásticos o sobrenaturales propios de esa realidad, así como por incluir
ambientes urbanos, antes apenas tratados, y dar cabida a problemas
existenciales. Del mismo modo que hechos inverosímiles son introducidos con
naturalidad en lo cotidiano, algunos hechos verosímiles se presentan como
insólitos o increíbles.
Aparecen
como constantes algunos temas como la búsqueda de la identidad (individual y
colectiva), la figura del dictador o
tirano (que ha marcado la historia del continente y que se suele presentar
con tintes ridículos), la concepción
circular o cíclica del tiempo, o la reflexión sobre la propia creación
literaria.
En cuanto a
la forma, estos autores constituyen la primera generación que acomete la renovación
formal del género, en técnicas y en lenguaje. Cuatro grandes nombres son:
Miguel Ángel
Asturias (guatemalteco,
1899-1974)). Su novela más conocida es El señor presidente, una
importante “novela de dictador”. Expresionista y barroca. El presidente
adquiere rasgos demoníacos, en consonancia con el mundo en el que convergen la
concepción cristiana y el universo mítico maya.
Alejo
Carpentier (cubano,
1904-1980). Se caracteriza por su riqueza lingüística. Los hechos
históricos se presentan desde las vivencias de los individuos. Sus principales
novelas se ambientan en las Antillas en los siglos XVIII y XIX, con la
esclavitud como problema de fondo. En el prólogo de El reino de este mundo (1949),
el autor explica su teoría sobre “lo real maravilloso”: el escritor no tiene
necesidad de crear mundos mágicos, ya que la propia realidad hispanoamericana
es mágica, maravillosa, llena de excesos y contrastes.
Juan Rulfo (mexicano, 1918-1986). Su
novela corta Pedro Páramo publicada en 1955, ofrece novedades técnicas
como la estructura fragmentaria, desorden temporal, complejidad de planos
narrativos e interrelación de historias. La narración gira alrededor de un
personaje, Pedro Páramo, muerto ya en el tiempo del relato. Mediante la
alternancia de planos narrativos se logra crear un mundo en que se confunden lo
real y lo fantástico.
Jorge Luis
Borges (argentino,
1899-1986). Escribió cuentos, recogidos en volúmenes como Ficciones (1944)
y El Aleph (1949).
Son
ejercicios de imaginación que plantean problemas metafísicos como la identidad,
la eternidad y el infinito, el mundo como laberinto o el tiempo como ilusión.
Con frecuencia filtra la ficción bajo una apariencia de ensayo, con un estilo
frío y preciso pero cargado de sugerencias.
3. La nueva
novela (a partir de los años sesenta)
En los años
sesenta, después de las primeras aportaciones de Asturias, Carpentier y Rulfo,
va a surgir una promoción de novelistas que va a protagonizar un auténtico
fenómeno literario y editorial conocido como “boom” de la literatura
hispanoamericana, basado en la acentuación de los rasgos del realismo mágico
como la ampliación hacia lo urbano, la incidencia en los problemas
existenciales y la integración de fantasía y realidad y la experimentación en
técnicas y lenguaje, inspirada en los grandes innovadores de la narrativa
universal del primer tercio del siglo (Kafka, Proust, Joyce). Sin embargo, no
olvidan temas tradicionales como el mundo indígena, la figura del dictador o la
identidad americana, pero les dan un nuevo enfoque. Destacan los siguientes autores:
-Juan
Carlos Onetti (uruguayo, 1909-1994). Visión pesimista y desesperanzada de
la vida, cercana al absurdo. En sus novelas la historia se presenta desde
perspectivas diferentes de cada personaje. Su obra más conocida es El
astillero.
-Ernesto
Sábato (argentino, 1911). Su novela se orienta hacia el drama
psicológico. El individuo aparece en conflicto constante con la sociedad sin
valores. Destacan sus novelas El túnel y Sobre héroes y tumbas.
-Julio
Cortázar (argentino, 1914-1984). En sus cuentos, tiene la habilidad de
presentar aspectos de la realidad cotidiana como nuevos y asombrosos. Entre sus
novelas, destaca Rayuela (1963), ambientada en París y Buenos Aires y
protagonizada por Oliveira, un intelectual pesimista y desorientado enamorado
dela Maga, mujer imprevisible y llena de imaginación con la que convive en
París, y a la que echará de menos en Buenos Aires. Los temas son la soledad, la
búsqueda de la atenticidad, el juego como forma de existencia más libre y la
reflexión sobre la creación literaria. Presenta una estructura inspirada en el
juego infantil de la rayuela (en el que se salta de casilla en casilla), de
modo que permite dos lecturas: en orden lineal y en el orden que se propone en
un tablero, según una concepción libre y lúdica de la literatura.
-Carlos
Fuentes (mexicano, 1928). La muerte de Artemio Cruz presenta una
estructura fragmentaria y narra desde diferentes perspectivas la vida de un
poderoso cacique mexicano. El hecho de que el relato se realice desde el punto
final, el de la muerte del protagonista, hace que el viaje retrospectivo
termine en el punto en que había comenzado, por lo que la organización es
realmente circular.
-Mario
Vargas Llosa (peruano, 1936). La ciudad y los perros se
desarrolla en el ambiente cerrado y opresivo de un colegio militar en la ciudad
de Lima. El lugar condiciona el comportamiento de los personajes, que viven en
un mundo cuyos límites son los muros del colegio, donde no existe la
individualidad. En este mundo donde hacerse hombre significa la exaltación de
la violencia y del machismo, los estudiantes sienten el peso de la soledad
viven en constante frustración.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Gabriel
José García Márquez nació en Aracataca (Colombia) en 1928. Se matriculó
en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cartagena el 25 de
febrero de 1947, aunque sin mostrar excesivo interés por los estudios.
Había comenzado su carrera profesional trabajando desde joven para periódicos locales; más tarde residiría en Francia, México y España. En Italia fue alumno del Centro experimental de cinematografía.
Había comenzado su carrera profesional trabajando desde joven para periódicos locales; más tarde residiría en Francia, México y España. En Italia fue alumno del Centro experimental de cinematografía.
Su
carrera de escritor comenzará con una novela breve, que evidencia la fuerte
influencia del escritor norteamericano William Faulkner: La hojarasca
(1955). La acción transcurre entre 1903 y 1928 (fecha del nacimiento del autor)
en Macondo, mítico y legendario pueblo creado por García Márquez. Tres
personajes, representantes de tres generaciones distintas, desatan -cada uno por
su cuenta- un monólogo interior centrado en la muerte de un médico que acaba de
suicidarse. En el relato aparece la premonitoria figura de un viejo coronel, y
"la hojarasca" es el símbolo de la compañía bananera, elementos ambos
que serían retomados por el autor en obras sucesivas.
En 1961 publicó El coronel no tiene quien le escriba, relato en que aparecen ya los temas recurrentes de la lluvia incesante, el coronel abandonado a una soledad devastadora, a penas si compartida por su mujer, un gallo, el recuerdo de un hijo muerto, la añoranza de batallas pasadas y... la miseria. El estilo lacónico, áspero y breve, produce unos resultados sumamente eficaces. En 1962 reúne algunos de sus cuentos -ocho en total- bajo el título de Los funerales de Mamá Grande, y publica su novela La mala hora.
Pero toda la obra anterior a Cien años de soledad es sólo un acercamiento al proyecto global y mucho más ambicioso que constituirá justamente esa gran novela. En efecto, muchos de los elementos de sus relatos cobran un interés inusitado al ser integrados en Cien años de soledad. En ella, Márquez edifica y da vida al pueblo mítico de Macondo (y la legendaria estirpe de los Buendía): un territorio imaginario donde lo inverosímil y mágico no es menos real que lo cotidiano y lógico; este es el postulado básico de lo que después sería conocido como realismo mágico. Se ha dicho muchas veces que, en el fondo, se trata de una gran saga americana. Macondo podría representar cualquier pueblo, o mejor, toda Hispanoamérica: a través de la narración, asistimos a su fundación, a su desarrollo, a la explotación bananera norteamericana, a las revoluciones, a las contrarrevoluciones... En suma, una síntesis novelada de la historia de las tierras latinoamericanas. En un plano aún más amplio puede verse como una parábola de cualquier civilización, de su nacimiento a su ocaso.
Tras este libro, el autor publicó la que, en sus propias palabras, constituiría su novela preferida: El otoño del patriarca (1975), una historia turbia y cargada de tintes visionarios acerca del absurdo periplo de un dictador solitario y grotesco. Albo más tarde, publicaría los cuentos La increíble historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1977), y Crónica de una muerte anunciada (1981), novela breve basada en un suceso real de amor y venganza que adquiere dimensiones de leyenda, gracias a un desarrollo narrativo de una precisión y una intensidad insuperables. Su siguiente gran obra, El amor en los tiempos del cólera, se publicó en 1987: se trata de una historia de amor que atraviesa los tiempos y las edades, retomando el estilo mítico y maravilloso. Una originalísima y gran novela de amor, que revela un profundo conocimiento del corazón humano. Pero es mucho más que eso, debido a la multitud de episodios que se entretejen con la historia central, y en los que brilla hasta lo increíble la imaginación del autor.
En 1961 publicó El coronel no tiene quien le escriba, relato en que aparecen ya los temas recurrentes de la lluvia incesante, el coronel abandonado a una soledad devastadora, a penas si compartida por su mujer, un gallo, el recuerdo de un hijo muerto, la añoranza de batallas pasadas y... la miseria. El estilo lacónico, áspero y breve, produce unos resultados sumamente eficaces. En 1962 reúne algunos de sus cuentos -ocho en total- bajo el título de Los funerales de Mamá Grande, y publica su novela La mala hora.
Pero toda la obra anterior a Cien años de soledad es sólo un acercamiento al proyecto global y mucho más ambicioso que constituirá justamente esa gran novela. En efecto, muchos de los elementos de sus relatos cobran un interés inusitado al ser integrados en Cien años de soledad. En ella, Márquez edifica y da vida al pueblo mítico de Macondo (y la legendaria estirpe de los Buendía): un territorio imaginario donde lo inverosímil y mágico no es menos real que lo cotidiano y lógico; este es el postulado básico de lo que después sería conocido como realismo mágico. Se ha dicho muchas veces que, en el fondo, se trata de una gran saga americana. Macondo podría representar cualquier pueblo, o mejor, toda Hispanoamérica: a través de la narración, asistimos a su fundación, a su desarrollo, a la explotación bananera norteamericana, a las revoluciones, a las contrarrevoluciones... En suma, una síntesis novelada de la historia de las tierras latinoamericanas. En un plano aún más amplio puede verse como una parábola de cualquier civilización, de su nacimiento a su ocaso.
Tras este libro, el autor publicó la que, en sus propias palabras, constituiría su novela preferida: El otoño del patriarca (1975), una historia turbia y cargada de tintes visionarios acerca del absurdo periplo de un dictador solitario y grotesco. Albo más tarde, publicaría los cuentos La increíble historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1977), y Crónica de una muerte anunciada (1981), novela breve basada en un suceso real de amor y venganza que adquiere dimensiones de leyenda, gracias a un desarrollo narrativo de una precisión y una intensidad insuperables. Su siguiente gran obra, El amor en los tiempos del cólera, se publicó en 1987: se trata de una historia de amor que atraviesa los tiempos y las edades, retomando el estilo mítico y maravilloso. Una originalísima y gran novela de amor, que revela un profundo conocimiento del corazón humano. Pero es mucho más que eso, debido a la multitud de episodios que se entretejen con la historia central, y en los que brilla hasta lo increíble la imaginación del autor.
En la madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió
en México una noticia que hacía ya mucho tiempo esperaba por esas fechas: la
Academia Sueca le otorgó el ansiado premio Nobel de Literatura.
Su discurso fue una auténtica pieza literaria de gran estilo y de hondo contenido americanista, una hermosa manifestación de personalidad nacionalista, de fe en los destinos del continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso con Latinoamérica, convencido desde siempre de que el subdesarrollo total, integral, afecta todos los elementos de la vida latinoamericana. Por lo tanto, los escritores de esta parte del mundo deben estar comprometidos con la realidad social total.
Su discurso fue una auténtica pieza literaria de gran estilo y de hondo contenido americanista, una hermosa manifestación de personalidad nacionalista, de fe en los destinos del continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso con Latinoamérica, convencido desde siempre de que el subdesarrollo total, integral, afecta todos los elementos de la vida latinoamericana. Por lo tanto, los escritores de esta parte del mundo deben estar comprometidos con la realidad social total.
Tras años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera
parte de sus memorias, Vivir
para contarla, en la que repasa los primeros treinta años de su vida.
La publicación de esta obra supuso un acontecimiento editorial, con el
lanzamiento simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos
los países hispanohablantes. En 2004 vio la luz su novela Memorias
de mis putas tristes. Tres años después recibió sentidos y
multitudinarios homenajes por doble motivo: sus 80 años y el 40º aniversario de
la publicación de Cien años de soledad. Falleció el 17 de abril de 2014
en la ciudad de México, tras de una recaída en el cáncer linfático por el que
ya había sido tratado en 1999.
Otros
nombres que se deben, al menos, mencionar, son José Lezama Lima, Augusto Roa Bastos
y Guillermo Cabrera Infante.
4. La
narrativa hispanoamericana de las últimas décadas
La sombra de
los autores del boom, algunos todavía en plena forma narrativa, ha
condicionado a las generaciones posteriores, que en muchos casos no han podido
sustraerse a su influencia (patente también, por cierto, en muchos novelistas
españoles de esos años). Entre los más próximos en edad y características
podemos citar al cubano Severo Sarduy, de estilo barroco; el argentino Manuel
Puig, irónico y sentimental, y al peruano Alfredo Bryce Echenique, autor
de Un mundo para Julius (1970),
En cuanto a generaciones más jóvenes, la
estela del realismo mágico aún influyó en dos autores de gran éxito: los
chilenos Isabel Allende (La casa de los espíritus, 1982) y Luis
Sepúlveda (Un viejo que leía novelas de amor, 1992). Ya en los años
noventa, se consagran autores de tendencias variadas, como el argentino César
Aira (El congreso de literatura, 1997); el colombiano Fernando
Vallejo (La virgen de los sicarios, 1998), quien muestra con toda
crudeza la violencia del narcotráfico en Colombia; y el argentino Rodrigo
Fresán, influido por el intelectualismo lúdico de Cortázar y por la cultura
pop (La velocidad de las cosas, 1998). Citamos, finalmente, al chileno Roberto
Bolaño, que causó gran impacto con Los detectives salvajes (1998) y 2666(2004);
la primera reconstruye las andanzas de dos escritores malditos que investigan
sobre un autor vanguardista, mientras que la segunda se centra en la violencia
de México y, en particular, de Ciudad Juárez.